09 junio 2007

ÚLTIMOS COMPASES

Sentí algo mágico
donde la música es ave...
y oí la alondra y la calandria
y aún reverbera en el jardín,
el ruiseñor invisible.

Y también vi en la tierra
los surcos de la sed y, la mañana,
estaba en la ventana y no tenía voz,
sólo luz de cristal frágil quebrando
los espacios del silencio...
¿es la luz que atraviesan con su canto
los pájaros?, mientras, deslizándose
los últimos compases de la melodía
en el azul dormido, el ciprés canta
su misterio y las arañas tejen
sus caminos de seda...

TARDE DE LLUVIA


Tarde lluviosa en gris cansado.
Cita de García Lorca.

Escribo frente a mi ventana
y llueve...
Es una tarde lluviosa en gris cansado,
que genera momentos de intensa
introversión; te imaginas entonces
y acabas por sentir, que la lluvia tiene
secretos de ternura y ves las gotas
muertas en el cristal, aunque parece
que meditan... y tiemblan,
y me dejan heridas de evocación
con un viejo rumor de nostalgias
que vienen de lejos,
como eco de sombras y roídos sueños...
la frescura vieja del otoño
y las hojas marchitas en la niebla.

RUMOR DE AVE

Quiero centrar el pensamiento y mirar;
todo habla cuando se observa, los cielos,
los árboles, el viento, el ruido, hasta
el propio silencio...

Hacer una intensa reflexión y valorar cosas,
como la esencia, la energía, y la vibración
sin profundizar sus aspectos decisivos.

Conformarme con imaginar armonía en la
conciencia y respetar límites y derechos
y en lo lúcido de lo mío, disfrutar de las
palabras leídas y escritas, como resultado
de placer interno e inspiración sintiendo
la orilla más íntima de la satisfacción
y el goce intenso y ser capaz de crear, con
singular estímulo, algo legítimo, espontáneo
y auténtico.

y con el precioso metal de la voluntad,
con esos potentes acordes, aliviar el frío
de la soledad, adivinar una llama a través
de la niebla y vivir el paradigma de la propia
vida, sí, la propia, como un rumor de ave
que agita las alas porque no quiere dejar
de volar...

ME QUEDÉ JUNTO AL SILENCIO


Los náufragos no eligen puerto.
Jacinto Benavente.


Como los amarillos del otoño,
mis noches son el tiempo de la meditación,
y cruzo la humilde soledad del horizonte
por el umbral de mis sueños.

Lo hago con pasos lentos, en solitario
y sin recordar siquiera el camino;
y, en ese tránsito, imagino ver lo grácil
de la rama verdecida, las primeras
gotas en los árboles y la agilidad
insigne de los pájaros...

Ahí donde la soledad se reclina
ante la mano del tiempo, me dejo llevar
por un remolino de emociones, que me hacen
vibrar como un náufrago que no elige
puerto, en el vaivén de esos mares
de tumbas no cavadas y siempre abiertas
con el son y el retorno del agua,
cuando el viento sopla.

Y aún con sabor a sal, en lo último
de ese sueño, entrecerré la puerta
a la melancolía, penetró la luz
y ... me quedé junto al silencio...