El cielo extiende sus alas/ de blancas nubes/ y las expone en el brillo
horizontal/
del final de la tarde/, con el acompañamiento/ de la dura faena de los
marineros/
y los contagiosos cánticos/ de su añeja y cadenciosa saloma/, mientras
avanza el contraste/
agonizante del crepúsculo. Hasta el momento en que/ en el límite, el sol
parece fundirse/
queda y suavemente en el agua/, irradiándola con caricias/ de rubicunda luz.
Marcelino Menéndez González