La vida puede resultar en su final
como un páramo en el que, entre
los recuerdos, el polvo y el paso del tiempo,
hemos ido dejando jirones en el camino
y permanecen los surcos sólo sembrados
de añoranzas y recogiendo el fruto
del miedo y las soledades...
Soledades que hieren y desnudan el alma
y en las que, en noches de encuentro con el
vacío de los vacíos, surge un frío que estremece
el cuerpo, que mora sin aliento y sin nombre.
Habitas apenas con señales de vida, exánime,
y con un ruido indefinido, como cuando el pájaro
deja bruscamente la rama y vuela,
y buscas en los silencios algo misterioso
que sigue...y sigue y nunca acaba, hasta que no
llegues a encontrar, lo más puro, lo más solo, lo más nada.
como un páramo en el que, entre
los recuerdos, el polvo y el paso del tiempo,
hemos ido dejando jirones en el camino
y permanecen los surcos sólo sembrados
de añoranzas y recogiendo el fruto
del miedo y las soledades...
Soledades que hieren y desnudan el alma
y en las que, en noches de encuentro con el
vacío de los vacíos, surge un frío que estremece
el cuerpo, que mora sin aliento y sin nombre.
Habitas apenas con señales de vida, exánime,
y con un ruido indefinido, como cuando el pájaro
deja bruscamente la rama y vuela,
y buscas en los silencios algo misterioso
que sigue...y sigue y nunca acaba, hasta que no
llegues a encontrar, lo más puro, lo más solo, lo más nada.
Marcelino Menéndez González
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