Una vela no pierde su llama,
encendiendo otra.
Es como un fluir donde se desvelan los espacios
ebrios de tristeza y donde los signos están vacíos;
y caminas cauteloso hacia ti mismo
por un hilo de sombra buscando la luz,
tratando de llenar esos espacios para gestionar
tus propias emociones, con el sonido de la humildad
alejándote, de lágrimas tristes y tonos elegíacos.
Y esperar, como quien espera el alba, sintiendo
cuando amanece cómo gime la naturaleza ante la luz,
como fuerza y como brillo natural que te abraza,
de alegría y optimismo.
Marcelino Menéndez González
NO TENÍA MUCHAS GANAS DE ESCRIBIR, PERO HE ENTRADO EN TU BLOG, Y HE COMPRENDIDO QUE DEBO RETOMAR LO EMPEZADO HACE MUCHO TIEMPO... MERECE LA PENA.
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