Agua de sal,
agua de mar;
aguas plenas
de diversos matices de azul,
de altas y
bajas mareas adornadas
de crestas
de blanca espuma,
con caricias
deslizadas por olas,
haciendo sus
nidos en la arena
de playas
incomparables.
Es tu sonido
singular e inconfundible
de resacas
apacibles y bellas,
reflejando
en las noches, luces de luna
y estrellas
iluminando de ensueño,
a los
marineros en la faena de tus aguas,
pintando de
belleza y brillo,
la placidez
de tu oleaje en calma.
Eres mar,
fundiéndote con el cielo,
en el
hipotético limite del horizonte,
y
adornándolo de ocasos únicos de esplendor,
donde todo y
nada parece cada día,
con auroras
de incomparable diversidad,
originando miradas
y pensamientos
de especial
hermosura contemplativa.
Y en tus
profundidades creas
paraísos
ocultos e ignotos, preservando
la vida de
peces y plantas, matizándolos
de sombras y
colores en una armonía existencial.
Agua de sal,
agua de mar, imprescindible, elegante,
misteriosa e
inmensa, de esencia terrenal.
Marcelino Menéndez González
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