Llegó la hora
de una cita imaginaria...
no hay capiteles conventuales
ni jardines floridos
con festín de mariposas,
sólo el levante de la aurora
y el despertar de persianas dormidas.
El encuentro abrazado al silencio
con miradas nerviosas, inquietantes,
en busca de respuestas y los poros
de la piel, sin siquiera respirar;
la boca seca carente de saliva
y el aire quieto sin circulación...
La tensión aumentando y sin poder
verla, como un duende en un momento
psicológico, y surgiendo dudas y
desconciertos,
los pensamientos precipitándose
quebrando y alterando el pulso
y ante nuestra cobardía, hallamos
el recurso último del abrazo de la indecisión.
Se asoma entonces una sensación de frío
y vacío interior, de la que mana el desnudo
miedo,
que nos conduce de forma impasible,
al camino final de nuestra cita.
Marcelino Menéndez González
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