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Cuando el silencio está a la espera del ruido
y se despierta el alma dormida del paisaje,
-desprendiendo una música humilde-,
las hojas de las ramas con sus oscilaciones,
se recrean con ligeras cadencias meciéndose
al compás de una suave brisa.
Si bien las tinieblas necesitan de los ojos
y de la memoria de la luz, ésta, en una elegante
huida, se va cubriendo de penumbras hacia las sombras,
en busca de la noche quizá, tras un vago
secreto de ternura o ansiadas respuestas ocultas,
en esa profunda oscuridad.
Y haciendo inseparables mi pensamiento y conciencia,
-mientras subyace lo intangible- permanezco ocupando
los sentidos en el centro de su esencia y su capacidad de ser,
entre tanto siga flotando, el líquido de la transparencia
y la armonía del equilibrio emocional.
Marcelino Menéndez González