Mientras oía a una abeja afanosa
que recorría el cristal de mi ventana,
recapacitaba en que la memoria
es el medio para conservar el pasado
y a su vez el cuerpo del pensamiento,
y que éste no existe sino expresado.
En medio de esos recuerdos opacos
y descoloridos, no olvido aquella golondrina
que equivocó la tarde y yacía muerta
y desolada, llenándome de una agudizada
sensibilidad y tristeza.
Otros llenos de luz y color los asocié
a las rosas que, a pesar de cumplir sólo días,
en ese pequeño espacio de tiempo y vida,
son capaces de brindarnos la magia de su aroma,
su belleza y su esplendor.
Parece entonces, como si el óxido de las edades,
se despertara a la percepción de hechos singulares,
percibiendo lo significativo, como si con ello
quisiéramos asirnos a esa luz tardía que ya no nos
calienta pero, sin embargo, sí ilumina nuestro horizonte
con el impulso incluso de una firme esperanza.
Marcelino Menéndez González
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