Estoy viviendo
una etapa de cansancio
que me
acompaña incesante;
mis
huesos se van rindiendo, buscando
y
añorando el descanso.
Me
siento viejo de mi mismo y me pregunto
si a
veces se envejece más allá de la vejez;
pero no
hay lágrimas; oigo eso si cada vez más
el
silencio y sólo recobro fuerza al recordar
los
sonidos de mi infancia que descienden
ante mí
y veo abismos con una profundidad enorme,
a la
que me asomo al borde, -sin llegar al final-
donde
percibo rostros sin proyectar sombra,
en el
espacio vacío de los espejos, y
en el
que ya no existirá hora, ni tiempo
y donde
todo quedará extraviado en la eternidad.
Busco
entonces la serenidad, huyendo del miedo
a la
posible realidad de la propia desaparición
y
entonces pienso y siento que la vida continúa
y lo
hará en seguimiento del tiempo, con la abeja
melificando
en su colmena, las serpientes cambiando
de
camisa, las ranas y sapos croando en los arroyuelos
y
charcas, las arañas tejiendo sus caminos de seda
y los
pájaros en sus nidos contemplando,
como la
luna sigue iluminando el azul dormido.
Marcelino Menéndez González
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