de los momentos vividos, retrotrayéndonos
de manera singular a una virulencia de
sentimientos
emocionales, infiltrados de un no sé qué
especial
que nos permite revivir con igual sensación
esos estados de ánimo pasados…
Es como una convulsión interior con
aceleración
de latidos y que nos eriza la piel y nos llena
de
ansiedad y algún sollozo reprimido, porque
quizá
fue el encuentro entre dicha y angustia, el placer
sintiendo el adiós, la sonrisa que surgió de
la tristeza
o el desaliento de haber perdido lo hallado.
También el resurgir el reproche a aquello
que no supimos decidir de forma adecuada,
o el lamento de haberlo hecho tal cual fue
con sus consecuencias inesperadas.
Siguen siendo como reflejos de luz en las
sombras,
como la luna de las hojas caídas, o el pequeño
ruido en medio del silencio…
Marcelino Menéndez González
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