Hace unos días sin saber cómo,
fui capaz de ver espacios desconocidos
y mirar las cosas con distancia,
sembrando en cada abismo, una incógnita;
escuchaba la voz de la nada y percibía
esos ocres otoñales y gorriones presos
de un mismo viento y luces fatigadas.
Pensaba que hay que saber lo que hay
que callar, tratando de captar lo que los demás
piensan. También sentía, como una lluvia
silenciosa, fina y suave, mojaba los árboles
y empapaba los pájaros, a pesar
del cobijo y resguardo de las hojas.
Y sabiendo que todo lo consume el tiempo
y lo acaba la muerte, también advertía
que las cosas mejores y más bellas que casi nunca
pueden verse ni tocarse, sí vibran y viven
en el propio corazón, haciéndonos ser
y sentir distintos.
fui capaz de ver espacios desconocidos
y mirar las cosas con distancia,
sembrando en cada abismo, una incógnita;
escuchaba la voz de la nada y percibía
esos ocres otoñales y gorriones presos
de un mismo viento y luces fatigadas.
Pensaba que hay que saber lo que hay
que callar, tratando de captar lo que los demás
piensan. También sentía, como una lluvia
silenciosa, fina y suave, mojaba los árboles
y empapaba los pájaros, a pesar
del cobijo y resguardo de las hojas.
Y sabiendo que todo lo consume el tiempo
y lo acaba la muerte, también advertía
que las cosas mejores y más bellas que casi nunca
pueden verse ni tocarse, sí vibran y viven
en el propio corazón, haciéndonos ser
y sentir distintos.
Marcelino Menéndez González
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