Me digo y me reprocho
en mi pelea interna
porque no se rompa
entre cuerpo y espíritu la armonía,
y saber hallar la esencia
de compartirlo todo, buscando
el solaz de la mente
poniéndola en blanco
(con lo difícil que resulta),
y acompasar el ritmo de las cosas
sin agobios y sin prisas,
yendo en busca de la tranquilidad,
y, con los pies en la tierra, no dejar
de mirarme en el propio espejo.
Eso sí, sin cesar de contemplar
todo lo que nos rodea,
con la voluntad adornada de inquietud
y con la aventura interior propia,
de imágenes y propósitos
de aceptar siempre el reto de aprender,
ver, tocar, oler, sentir, meditar y oír,
como si nos salpicara
la última gota, de la última ola,
de un océano universal.
Marcelino Menéndez González
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