Qué de preguntas quedaron
sin respuesta
y qué insensatez fue la de callar,
cuantos espacios sin llenar
y qué de vacíos y silencios
se alimentaron en el ocaso
de la más infinita desolación.
Fue el escuchar a Pachelbel
cuando en medio de la noche
la lluvia caía silenciosa, acompasando
los conciertos de las sombras;
la luna a través de las nubes aparecía
y se perdía entre las hojas caídas
mientras la melodía iba filtrándose,
como el cierzo, en mitad del alma.
Fue como el agua que se hiela
entre las grietas de la roca y la rompe.
Fue el epílogo del mas triste Otoño.
Marcelino Menéndez González
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