La lámpara. el vaso, la música, la hoja en blanco,
y la nada: es… llegar a esta mesa…
Surge entonces la mansa y tranquila vocación
y busco el encuentro con ese inicio vacilante
con el papel, hallando el vértice de mi mano y lo negro
para llegar a escribir las primeras palabras, que poseo
y viven en ese mar interior de silencios
en el que moran confundidas.
Las acaricio de sensibilidad, emoción y sentimiento
y trato de asomarlas a la luz, llenándolas
de significado, sentido y armonía.
Y quiero habitar en mis palabras con lo verdadero
de mi ansiedad y el aspirar de su fragancia,
y es que me place, como si fuera el mas grato diálogo
entre mi mente y yo, disolviendo mi ego.
Cuando dejo de escribir siento que algo
se me escapa aún, como un resto de esa luz
de lo que quisiera fuera un inacabable espacio de tiempo
y que a mi pesar, se acaba y quiebra de forma inexorable
como una fugacidad feliz e incomparable.
Marcelino Menéndez González
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