Como si fuera replegándose el ocaso
ante la incipiente penumbra,
tratando de ocultarse plácidamente
para descansar su ya prolongado esplendor,
fue situándose ante las sombras
para reposar su luz final y sin hacer ruido,
en una graciosa huida hasta el reflejo solar,
para acariciar la luna.
Después, mucho después, fue de nuevo
asomándose lentamente dándole luz a la vida,
en un indescriptible amanecer, iluminando
todo el espacio vital, creando nuevas esperanzas
ilusiones y sueños, capaces de infundir
estados de ánimo positivos, disipando dudas
e incertidumbres, aclarando las ideas,
despertando la ilusión de vivir…
Marcelino Menéndez González
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